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LA GUÍA DIGITAL DEL ARTE ROMÁNICO Webmaster: A. García Omedes - Huesca (España) |
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-RIN DE LA CARRASCA. PARROQUIAL DE SAN VICENTE- |
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Rin de la Carrasca es uno de los múltiples lugares despoblados del Alto Aragón. Enclave de vistas privilegiadas; pero que sin duda debió de ser de extrema dureza para sus habitantes que lo abandonaron para buscar un lugar más adecuada a nuestra forma de vida. Pistas y senderos de difícil tránsito aptas en determinados lugares tan solo para el acceso a pie o a lomos de caballerías fueron determonantes para el ocaso de estos asentamientos medievales (26 de julio de 2007).
El lugar dista poco más de cinco kilómetros en línea recta desde Roda de Isábena, situándose al norte de esa bella localidad. El acceso se efectúa por pista que arranca desde La Puebla de Roda, poco al oeste de su caserío. Pista zigzagueante que en algunos tramos se halla bastante deteriorada y que obliga a conducir el 4 x 4 con prudencia. Tras unos cinco kilómetros en los que subimos de 740 hasta 1250 metros llegamos a una praderita a la izquierda de la pista donde hay que dejar el coche. Desde allí las vistas hacia el sur nos muestran en el horizonte el perfil del morrón de Güell (Imagen 3). A nuestra derecha hay una paridera con tejado de uralita. En su entorno hallamos la senda para acceder al pueblo. En un buen tramo se puede utilizar el antiguo camino medieval, señalado por medio de estrecho pasillo flanqueado por muretes de piedra (Imagen 4). Poco más de 400 metros en ascenso nos separan del despoblado al cual es más fácil llegar que intentar acceder a su interior.
Las arruinadas edificaciones, entre las que se halla semioculta la iglesia, se ubican en la superficie amesetada de la zona más elevada del lugar. Desde aquí son espectaculares las vistas hacia el Turbón y hacia un valle que, buscando hacia poniente la localidad de Campo, acoge lugares como Villacarli, Torre de la Ribera o Egea. Es fácil decir que el lugar posee unas vistas espectaculares. Pero aseguro que decirlo es quedarse muy corto. Hay que subir y contemplar todo lo que desde allí se aprecia, incluida la localidad de Roda de Isábena, hacia el sur, que en la imagen 6 no es sino un pequeño punto claro en el centro de la misma.
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El día elegido para visitar Rin de la Carrasca fue un caluroso día de julio de 2007. A pesar de tomarlo con calma la sed se dejó notar ya cerca de las ruinas del pueblo. En una paradita a la sombra de una gran morera, aprovechamos para disfrutar de sus moras más oscuras, d,ulces y jugosas que nos confortaron tanto como el descanso a su sombra. El tributo: manos teñidas de rojo y alguna aparatosa mancha en la camisa de José Luis (En el ángulo superior izquierdo de la imagen 5 se ven algunas de esas moras).
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Alrededor del caserío abundan las encinas y quizá de ello derive su nombre. Hay que acercarse desde el este del mismo, justo por detrás de un pequeño transformador edificado en piedra (arriba a la derecha en la imagen 7). Rebasado el mismo apenas a cuatro o cinco metros hay que estar muy atentos a nuestra izquierda, pues veremos a nivel de nuestros ojos lo poco que resta del tejado de losa de la iglesia, (Imagen 9). El templo -lo que del mismo resta- se halla en un nivel inferior y solo se puede acceder por delante de su ábside aprovechando el tejadillo de cemento de un pequeño bloque de nichos por el que hay que descender deslizándose.
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Aramendía visitó el lugar hace ya unos cuatro años y hubo de emplearse a fondo para despejarlo de vegetación y maleza. Buen conocedor del terreno y sus circunstancias (sin él ni hubiese llegado, ni siquiera hubiese podido intuir dónde estaba el templo) subió una tijera de podar de notables dimensiones y una sierra. Gracias a ello pudimos abrirnos paso, no sin gran esfuerzo, hasta el lado sur del templo a base de cortar ramas y arbustos que no solo impedían la vista del mismo sino que también cualquier intento de acercamiento. La imagen 8 muestra a Aramendía ante el ábside, "abriendo vía".
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Una vez eliminada la mayor parte de la vegetación que nos ocultaba el templo, pudimos hacernos idea del mismo. Se trata de una edificación a base de sillarejo, orientada, con su cabecera semicircular articulada con la nave mediante presbiterio que no se señala al exterior. La hiedra, imposible de desprender del muro, nos oculta buena parte del mismo. Centra la cabecera un estrecho vano aspillerado derramado al interior cuyos alargados dinteles monolíticos son congruentes con las hiladas en que se halla, certificando su originalidad. No ocurre así con el vano que abre en el muro sur y que la hiedra oculta al exterior. Sus hechuras indican ejecución tardía a la par que muestra, junto con la portada, que este muro sur y quizá buena parte de la nave sean de cronología más tardía.
Románico rural del siglo XII suficiente para las necesidades liturgias de una reducida población. osee una pila bautismal en su interior para recibir en la Fe a los allí nacidos, así como lugar de enterramiento para los difuntos que todavía siguen en el lugar aguardando la Parusía.
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Al interior se advierte que en la cabecera ha habido modificaciones. Se mantiene parte del cilindro absidal así como el lado norte del presbiterio, medio oculta su articulación por un par de árboles que allí han encontrado fácil defensa (imagen 15). El cilindro absidal original se interrumpe al poco de iniciarse su bóveda, que como la de la nave, se recreció en fecha posterior. El lado sur de la cabecera está reformado no advirtiéndose la articulación de este lado. Allí vemos una credencia y un vano de fechas posteriores (Imagen 19).
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La nave es de reducidas dimensiones. Quedan en altura algunos maderos de un desaparecido cielo raso, así como alguna estructura lígnea del reducido coro (Imágenes 16 y 17). Empotrada en el muro, del que apenas sobresale, encontramos la sencilla pila bautismal que atestigua la función parroquial del templo (Imagen 18). También una pila de diezmos de forma troncopiramidal en medio de la nave.
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En resumen, un modesto templo en incomparable paisaje que da fe del poblamiento medieval del mismo al que bien merece la pena llegar para dar fe y dejar constancia de su existencia, a la par que me permite tomar la imagen 20 en la que muestro a dos gigantes de la Ribagorza: el Turbón, montaña magnífica y totémica visible desde buena parte de la misma, y José Luis Aramendía, campeón del Románico Aragonés por derecho propio.
Cumplida esta visita, descendimos a Roda de Isábena a rehidratarnos y reponer fuerzas en el comedor instalado en el refectorio adosado al claustro. Es un verdadero lujo comer allí disfrutando de la magia de Roda de Isábena desde su mismo corazón. Merece la pena y lo recomiendo porque sin duda es un lugar para recordar.
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