Las construcciones son los restos
de las culturas antiguas que más llaman
la atención.
Todas nos han dejado grandes construcciones
que han demostrado además de conocimientos
técnicos precisos, la importancia de
la puesta en escena, en la que han combinado
la didáctica del mensaje con la creación
estética, todo al servicio de una forma
de vida muy particular.
Todas nos han transmitido también el
misterio del no saber el por qué se hicieron
las cosas de esa manera o para qué, si
tenían alguna intención especial
o han sido fruto de la casualidad o de la simple
solución que debían dar a los
problemas arquitectónicos.
Una de esas épocas de la que podemos
disfrutar restos importantes y que más
atracción ejercen, es la época
románica. Y esta atracción no
es en vano, porque estamos ante la forma de
construcción con ideología más
compleja, que ha usado las formas más
simples y con una utilidad para nuestros días
que sorprende.
Las iglesias y los monasterios son cajas preciosas
que han conservado un inestimable legado, el
silencio.
San Benito dictó sus normas para vivir
de forma que simplificaba la condición
humana a sus necesidades más básicas
porque entendió que era una forma de
vivir que acercaba el espíritu a Dios.
Y para ello tuvo la intuición de crear
primero el espacio donde se debía realizar
la vida monacal: el monasterio y la iglesia.
La iglesia es una atmósfera hecha de
material eterno, la piedra, que consigue aislar
del exterior, es una burbuja que aísla de un
elemento esencial, el ruido y que crea en la
penumbra el ambiente que relaja de forma automática.
Los monasterios tienen en la regla de San Benito
"ora et labora" la fórmula
magistral para conseguir en la vida paz interior.
Cada una de las construcciones del conjunto
están diseñadas para utilizar
un elemento diferente: el silencio y el sonido
(el canto) en la iglesia, el contacto con la
tierra y las plantas (en los huertos), los alimentos
en el refectorio, la creatividad en el scriptorium
y el movimiento en el claustro. Todos estos
elementos tienen una traducción de suma
utilidad y lo que sorprende es que hace mil
años se usaran los mismos elementos para
el mismo fin, solo que ahora los denominemos
de otra forma. Nuestra intuición nos
ha atraído hacia una parte del conocimientos
muy útil en nuestros tiempos.
El legado que han transmitido estas órdenes
es cómo utilizar determinados elementos
para conseguir la recarga energética
del organismo y el equilibrio.
La energía del organismo tiene que funcionar
dentro de sus polos, negativo y positivo. Los
dos son necesarios y complementarios. Su funcionamiento
óptimo se llama equilibrio. Cuando se
recarga más en un polo que en otro hay
desequilibrio que el organismo registra y que
tiene sus consecuencias. Nuestro cuerpo va a
tratar de corregir el defecto usando los mecanismos
que la naturaleza le ofrece, pero esta recarga
se produce de forma mucho más rápida
si usamos los polos de forma conveniente. Nuestro
organismo consigue antes el equilibrio y no
necesitará consumir tanta energía
en esto y podrá usarla en otro punto.
La utilidad de estas construcciones en estos
tiempos que nos toca vivir es digna de resaltar:
Usa el silencio (la piedra aísla del ruido),
es un neutralizante muy eficaz, regula el exceso
en el polo positivo (stress). El contacto con
la tierra y las plantas, son neutralizadores
muy importantes. La frugalidad en los alimentos,
la no posesión de cosas materiales, la
simplicidad de líneas estéticas
(influencia de la estética y el espacio
como entorno) y el sonido (el canto gregoriano).
La estancia en estos lugares reequilibra los
excesos en el polo positivo, que como terapia
actual nos viene más que bien, ya que
estamos sometidos a un desequilibrio ambiental
muy importante.
Cuando este equilibrio se ha conseguido y sentimos
el efecto de la tranquilidad, que se llama paz,
sólo queda realizar una actividad: el
instinto nos llevará a caminar alrededor
del claustro, este movimiento continuo alrededor
de un eje plasma el movimiento circular, el
movimiento del universo.
Podemos agradecer a San Benito que tuviera la
intuición de emitir una regla y de facilitar
un entorno que mil años después
nos pueden resultar más que útiles.
No dejemos de disfrutar de este descubrimiento
milenario.