LA GUÍA DIGITAL DEL ARTE ROMÁNICO

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ALGUNAS NECRÓPOLIS MEDIEVALES EN EL ALTO ARAGÓN


 

La iglesia de San Gil de Luna es un excepcional templo cincovillés, verdadero eslabón entre el románico y el protogótico en el que dos maestros escultores decoraron con profusión su interior. Uno de ellos, el conocido como maestro de Agüero o de San Juan de la Peña, nos dejó algunos de sus capiteles más tempranos figurando entre ellos la primera de sus famosas “bailarinas”. A lo largo de los años hemos visto caer testigos de yeso colocados en grietas que aparecían en el edificio sin conocer con seguridad la causa de este lento pero progresivo deterioro hasta que un estudio geológico realizado en 2007 por la Cátedra de Petrología y Mineralogía de la ETSI de Minas de Madrid trajo a primer plano la verdadera causa geológica de los problemas de la iglesia de San Gil de Luna. El problema radica en que el templo está asentado sobre una superficie de piedra arenisca, aparentemente sólida, pero bajo la cual existen capas de terreno más blando a modo de hojaldre, que por acción de las aguas de filtración van perdiendo materiales por arrastre debido a lo cual la capa superficial en la que asienta el templo queda sin apoyo, se inclina y fractura perdiendo material en el extremo que da al talud sobre la carretera.
Conocida la causa, en la primavera de 2019 se iniciaron labores de pilotaje, perforando los sucesivos estratos de roca para “coserlos” y estabilizar la capa sobre la que asienta el templo. Como labor previa para saber dónde realizar las perforaciones se contó con la colaboración de la arqueóloga Carmen Marín Jarauta descubriendo el estrato rocoso con sus tumbas para poder perforar sin dañarlas, protegiéndolas a la espera de una campaña ulterior de prospección arqueológica de las mismas así como de las que probablemente existan en el entorno del templo.
La retirada de los estratos superficiales de tierra puso de manifiesto una gran grieta a poniente del templo, con una gran falla o desnivel entre las placas de piedra arenisca a ambos lados de la misma que a buen seguro fue la causa de la interrupción del programa edificativo inicial de este templo. Un pilotaje y “cosido” de esa grieta fue llevado a cabo dejando para una fase ulterior su búsqueda y tratamiento en el interior del templo, lo cual precisaría de la retirada del actual suelo de cemento fruto de una anterior actuación en la que se puso de manifiesto la existencia de tumbas excavadas en la roca. Esas tumbas del interior se cubrieron con grava y piedra para añadir luego la solera de cemento.
En el acta de visita de obra nº 11, de 12 de agosto que me facilitó el arquitecto director de la obra, José Miguel Pinilla, se indica que retirado el suelo de cemento y el encanchado subyacente aparecieron la continuación de la grieta exterior -de corto recorrido- y otras dos grietas más en la solera de piedra. También la aparición de las ya conocidas tumbas: “En la zona del ábside han aparecido varias tumbas antropomorfas, excavadas en la roca, con orientación E-O, sin restos óseos. Los muros asientan interrumpiendo algunas de ellas, lo que indica que el templo se construyó sobre las sepulturas”.
Aprovechando la necesidad de levantar el encanchado interior y la solera de cemento, para seguir el recorrido de la falla a poniente del templo, se contó con la colaboración de un arqueólogo para documentar las tumbas excavadas en la roca de las que ya se tenía constancia. Cuando concluya su trabajo podré mostrar imágenes de las mismas y una impresión personal de lo visto.

La circunstancia de la existencia de una necrópolis sobre la cual se ha asentado la iglesia de San Gil de Luna me ha llevado a repasar otros lugares que he visitado en el Alto Aragón a fin de revisar el tema a la vez que procuraré en un futuro reseñar el informe final de la actuación en este templo, si se me facilita o publica.

Las necrópolis medievales constituyen una manifestación funeraria de gran potencia visual. Probablemente la perdurabilidad del material en que se excavan, asociado a la cultura asociada con el fenómeno de la muerte y de la trascendencia del ser humano las hagan aparecen como elementos histórico-culturales relevantes.
El deseo de trascendencia acompaña al hombre desde la antigüedad. Probablemente los megalitos sean monumentos funerarios relacionados con el hombre primitivo. Piedras y huesos componiendo estructuras similares a los templos del periodo románico, fundados sobre las reliquias de una persona considerada santa y en cuyo entorno (atrio) se enterraban los fieles convencidos de alcanzar la salvación eterna tras la anunciada parusía o segunda venida de Cristo a la Tierra en el día del Juicio Final.
El triunfo y auge del movimiento benedictino cluniacense, en idea del profesor Domingo Buesa, se basó en una magnífica gestión de la muerte por la cual y contra prestaciones económicas, los fieles confiaban en lograr la vida eterna gracias a la intercesión de las misas celebradas por sus almas. Los miembros de la realeza y de la nobleza se acogieron de modo preferente a este modo de lograr su salvación, comprándola con generosas donaciones a la vez que se aseguraban de que esos monjes velaran sus tumbas y dieran fe de su estirpe certificando el derecho de sus sucesores a reinar o a heredar la nobleza de sus ancestros.

Uno de los trabajos más extensos, por la cantidad de tumbas excavadas y la calidad del mismo, ha sido el que llevó a cabo Julia Justes en en entorno de la catedral de Jaca, (Justes Floria, J. 2007). En este excepcional lugar las inhumaciones se llevaron a cabo en terreno compuesto por tierra y grava pero no en substrato rocoso. La orientación de los cuerpos es la canónica, es decir, siguiendo una alineación aproximada Oeste-Este con la cabeza a poniente, probablemente con la intencionalidad de que al llegar el momento de la resurrección de los muertos estuviesen ya orientados al este, lugar por donde sale el Sol y donde se sitúa la ciudad de Jerusalén. Las diferentes variaciones en esos ejes se han de considerar debidos a la necesidad de ajustar la tumba al terreno más que a lo que algunos han considerado como la salida del Sol en un determinado momento del año.
El espacio cementerial rodeando a la iglesia es para Bango el situado perimetralmente a la misma hasta una distancia de doce pasos, espacio al cual define como “atrio”, si bien en los siglos XI y XII ese concepto se vería ampliado hasta los 30 pasos.
En el caso de Jaca, Justes señala varios tipos de inhumaciones: fosa simple, con el cuerpo depositado en un hoyo que se cubre con la tierra extraída del mismo; fosa reforzada con losetas laterales que en ocasiones posee losas a modo de orejeras para sustentar la cabeza y por último, cajas de losas con todo el perímetro bien reforzado. Señala esta autora que llevar a cabo la datación basándose en la morfología de la tumba es arriesgado y poco fiable.
El cadáver se depositaba en su tumba sin ataúd, envuelto en un sudario, boca arriba con los brazos cruzados sobre el pecho o extendidos a lo largo del cuerpo y por lo general sin ajuar más allá del hallazgo de alguna venera que lo acreditase como peregrino, hebilla de cinturón, etc.

La cronología de las tumbas excavadas en la roca es muy amplia puesto que en la península ibérica abarcan parte del periodo tardoantíguo (S. V-VII) así como el altomedieval (VIII-XI) y como ya se ha señalado, su tipología no define necesariamente una cronología cierta que habrá de ser acotada por otros métodos a pesar de que en la década de los 70 del siglo pasado Alberto del Castillo quería ver en las tumbas de bañera las de mayor antigüedad (ca. del s. VII) separándolas de las las antropomorfas (“olerdolanas”) para las que consideraba un origen mozárabe relacionado con los fenómenos de repoblación en una franja temporal a partir del siglo XI, bajo una influencia cristiana y dentro de una cronología entre los siglos IX y X d. C., momento de su máximo auge.
La ausencia de restos óseos o arqueológicos en estas tumbas excavadas en la piedra no permitió mayor concreción de cara a la datación temporal. Por otra parte, la datación por medio del estudio de los restos óseos también puede ser inexacta considerando la posible reutilización de la tumba, hecho realmente frecuente.

Carlos Laliena y Julián Ortega (2005) estudiaron necrópolis rupestres en la cuenca del río Martín señalando hacia los siglos V-VIII y señalando hacia un probable fenómeno de “marcación territorial por medio de los ancestros” gracias a estas tumbas. Posteriormente Martín Viso señaló en 2012 el hecho de agrupaciones de menos de diez tumbas como lugar de memoria familiar; conjuntos superiores a la decena para las que apunta a poblaciones campesinas sin jerarquización social y por fin, formaciones de tumbas agrupadas y alineadas como señal de la existencia de un poder jerarquizado que ordena este fenómeno. Este autor sitúa las necrópolis alineadas anteriores a los siglos XII y XIII extramuros de las poblaciones, aunque próximas a las mismas.

Diversos autores señalan la no existencia de iglesias en la inmediación de estos espacios funerarios rupestres. La aparición de espacios cementeriales relacionados con una iglesia parroquial es un hecho de aparición tardía y no generalizada hasta un momento avanzado del siglo XI. De este modo, ocurre que bastantes iglesias fueron edificadas sobre necrópolis de tumbas excavadas en la roca, amortizando algunas de las tumbas, quizá ya vacías y por tanto carentes de su sentido funerario. El motivo de este asentamiento sobre el espacio funerario puede ser considerado bajo el punto de vista de elección de un espacio mágico o sagrado a fin de sincretizarlo con la edificación de un templo, aunque sin dejar de lado que la propia presencia de una base de roca en la que se labraron las tumbas constituyese un magnífico basamento sobre el que asentar un templo.

Las tumbas de lajas aparecieron de modo masivo al conformarse la red parroquial con la consiguiente generación de espacios sagrados dependientes del templo y de la nueva liturgia. Ya no era preciso monumentalizar las tumbas porque el elemento monumental era la propia iglesia en cuyo “atrio” eran sepultados los parroquianos con el consiguiente beneficio económico para la iglesia, porque los muertos fueron verdaderamente una fuente de riqueza.
Viruete en su tesis doctoral relaciona muchas de las necrópolis medievales del alto Aragón con la época de Ramiro I (Viruete 2008). Entre otras señala las de San Juan de Uncastillo, SªMª de Liena en Murillo de Gállego, Plaza Biscós de Jaca, Lasieso, San Úrbez de Nocito o Gésera.

En el mapa de la zona norte del Alto Aragón he señalado con puntos rojos algunas de las necrópolis que he visitado y documentado. Los puntos son activos y pulsándolos llevan a una somera descripción con imágenes de cada una de estas zonas, que sin ánimo de exhaustividad, pretendo puedan ser de interés para profesionales y aficionados a nuestra historia. No son todas las que hay, lo se, pero al menos comparto las que he visitado y fotografiado deseando generar curiosidad por este fenómeno antropológico.

 

BIBLIOGRAFÍA

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Huesca; 1 de septiembre de 2020

Antonio García Omedes,

de la Real Academia de San Luis


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