Afortunadamente la
sensibilización en relación con el Patrimonio
Artístico se está incrementado, tarde,
pero se está incrementando, lo que asegura su
salvaguarda para nuestro disfrute y el de las generaciones
venideras. Otra cosa diferente son las motivaciones
de fondo y los objetivos, que ponen de manifiesto supuestos
conceptuales que, en la medida en que no son sólidos,
no garantizan que esté asegurada una adecuada
conservación del mismo.
Particular papel en esta motivación y en los
planteamientos ha desempeñado el asunto del Patrimonio
Emigrado de la Franja de Aragón colindante con
Cataluña. La reivindicación está
relacionada con la nueva configuración del mapa
administrativo de España, con el consiguiente
reconocimiento de identidades diferenciadoras, y la
afirmación de que la titularidad de ese Patrimonio
es de las parroquias para las que fue generado. No obstante,
concretar adecuadamente la aplicación de tales
deducciones no es posible si no se tienen en cuenta
el resto de circunstancias históricas y los principios
jurídicos sobre los que se apoya toda la problemática.
El Patrimonio, como todo bien comunal, está protegido
por unas reglas de juego, unas leyes civiles relacionadas
con su protección y con la propiedad, pero en
el caso de este Patrimonio, que es religioso, también
por unas leyes para el funcionamiento interno de la
iglesia, que en la parte que afecta a este Patrimonio
han sido incorporadas al ordenamiento jurídico
español en la medida en que España, como
país soberano, establece acuerdos internacionales,
y en concreto los ha establecido con la Santa Sede.
Pero, ni siquiera dicho esto queda todo clarificado,
dada la complejidad administrativa de España,
donde la compartimentación autonómica
ha supuesto una fragmentación de funciones y
poderes, que no es la misma para todas las comunidades
ni fueron transferidas al mismo tiempo.
Conciencia social consolidada
Todavía hay
otro elemento para el juicio formulado sobre este patrimonio:
es la conciencia social formada y consolidada en torno
a todo Patrimonio Histórico-Artístico,
y, por lo tanto, también sobre el Patrimonio
religioso, que matiza el derecho de propiedad, de manera
que de ser absoluto y de libre disposición ha
pasado a ser percibido como "bien de interés
común". Finalmente, el análisis de
la cuestión, no puede, por otra parte, hacerse
al margen de las circunstancias en que este Patrimonio
emigró, y la forma en que los pueblos, en otro
momento identificados con las parroquias, lo han redescubierto.
Sólo teniendo en cuenta todos estos parámetros
se puede clarificar el tema. Clarificado, será
más fácil defenderlo y la reivindicación
se podrá hacer en los términos justos.
Empezando por el orden inverso de lo expuesto, hay que
recordar que en la práctica totalidad de los
casos en que el Patrimonio ha emigrado, hay excepciones
por supuesto, el fenómeno de la dispersión
fue posible como consecuencia de la desvalorización
que cada una de las piezas tenían en el lugar
de origen. Las circunstancias, por ejemplo, de dispersión
de piezas como los Evangeliarios de Jaca, actualmente
en Nueva York, o el Terno de San Valero de Roda de Isábena,
en Barcelona, son desconcertantes. El valor y significado
de piezas como las tapas de aquellos dos libros, eran
desconocidos no sólo por la propiedad sino por
toda la sociedad aragonesa, lo cual llena de rubor y
vergüenza. En este caso no hay excusa ni justificación,
pues eran piezas que habían sido expuestas en
Madrid en 1892.
A raíz de esta exposición que conmemoraba
el centenario del descubrimiento de América,
se puso de manifiesto que, al valor estético
y crematístico se añadía, sobresaliendo,
el significado histórico que estas obras tenían
para Aragón, al estar una de ellas dedicada nada
menos que por la reina Felicia, esposa de Sancho Ramírez.
Este rey es consolidador del incipiente reino de Aragón,
y su esposa lo dedicó a Jesús Nazareno,
de la Catedral de Jaca. Estos trabajos sobresalientes
artísticamente, tras un rosario de poseedores,
están expuestos actualmente en el Museo Metropolitan
de Nueva York, siendo prácticamente nulas las
posibilidades de recuperar las piezas para Aragón.
El Terno mal llamado de san Valero, de Roda de Isábena,
fue descubierto porque en la catedral de Lérida
sus restos habían sido empleados para el embalaje
de otras piezas. Expertos y conocedores de la época,
como eran el coleccionista Plandiura y el director del
Museo de Barcelona, Folch Torres, pugnaron por poseer
esos despojos, de incalculable valor, hasta el extremo
de tener que litigar en los tribunales. Eran momentos
en que gentes con sensibilidad estética, recursos
económicos y visión de futuro, vieron
la posibilidad de salvar de la desidia y abandono piezas
de singular valor que estaban ignoradas en los pueblos
del Alto Aragón. Generalmente, anticuarios que
sabían a quien les interesaría y podían
venderlas por cantidades insignificantes, recogieron
de almacenes, bóvedas, baptisterios y escaleras
de las torres de las iglesias, piezas que no merecían
ninguna atención para los del pueblo, que en
algunos casos vieron una oportunidad en su venta. En
Capella se llegó a realizar un reportaje fotográfico
sobre las piezas a vender, lo que permite deducir una
clara intencionalidad de desprenderse de obras como
el retablo de San Bartolomé, actualmente en los
Estados Unidos. El párroco de Arén vendió
la escultura de la Virgen de Piedrafita para reparar
el suelo de la iglesia. Fue la oportunidad para que
algunos curas lograran unas pesetillas, si no eran más
que reales, para compensar sus menguadas economías
y las de las iglesias. Así es como desaparecieron
obras específicas del arte del Alto Aragón
como son los frontales románicos de Betesa, Chía,
Casbas, Estet, Gésera, Güell y otras tablas
y piezas medievales. Pocas fueron las veces en que el
pueblo manifestó un interés, y entre ellas
estaría la manera como se hizo la venta de las
piezas de un Calvario medieval, efectuada por el párroco
de Fanlo.
Así, emigraron piezas que están dispersas
por todo el mundo, ocupando, en ocasiones, destacados
lugares en importantes museos y colecciones particulares.
Paralelamente, y lo cierto es que, en parte con retraso,
el obispo de Lérida mandó recoger todas
aquellas piezas menospreciadas para acumularlas en el
Museo del Seminario, precisamente para que los seminaristas
se sensibilizaran con el arte que tenían que
custodiar cuando fueran sacerdotes. En el trasfondo
había ignorancia y desinterés, tanto en
el clero como en el colectivo de feligreses. Con bastante
posterioridad los obispos de Huesca, Jaca y Barbastro,
rescataron del olvido y salvaron de la pérdida,
obras que estaban menospreciadas en las parroquias para
exponerlas en los respectivos Museos Diocesanos.
Menosprecio con ignorancia
Este menosprecio con
ignorancia, también es elemento que hay que tener
presente frente a esa súbita conciencia colectiva
que ha surgido en los pueblos, que no sólo no
sabían lo que habían perdido hacía
décadas, sino que en muchos casos, algunas décadas
después seguían manifestando ostentosamente
su indiferencia. Y cuando digo esto lo afirmo con conocimiento
de causa, al ver reacciones y contestaciones a la hora
de intentar recomponer y hacer el seguimiento de algunas
de estas piezas cuando preparé la publicación
Patrimonio emigrado1. Frente a esta constatación
social ha surgido y se ha fraguado una conciencia en
los pueblos, que les ha llevado a reclamar derechos
para recuperar lo que por dejadez, en muchos casos,
perdieron. Al respecto hay que precisar que ese patrimonio
surgió con una función prioritariamente
religiosa, y que tal como la sociedad actual quiere
que se desenvuelvan los comportamientos colectivos,
hoy, no sin dificultad, se puede identificar parroquia
y pueblo, aunque por inercia social todo el mundo bautice
a sus hijos, no renuncie a la Primera Comunión
y se entierre por la parroquia.
En estas circunstancias, el ordenamiento interior de
la iglesia pone al obispo como administrador de los
bienes de su diócesis, incluidos los de las parroquias
a las que se reconoce la titularidad de las piezas.
El carácter centralizador de la administración
eclesiástica pone de esta forma los bienes a
salvaguarda de veleidades y circunstancias temporales.
Este ordenamiento ha sido asumido por la administración
civil, primero con los Concordatos, y luego, con los
Acuerdos que los sustituyeron. Es por esto, que la administración
civil aragonesa, ha sido cauta quedándose prudencialmente
al margen en el contencioso que las diócesis
de Barbastro-Monzón y Lérida tienen ante
la Santa Sede, sin olvidar y reconocer que, en esta
fase del contencioso, el Gobierno de Aragón ha
colaborado poniendo medios materiales y humanos para
aclarar las cosas.
Por el contrario, es sobradamente conocida la posición
de la administración civil de Cataluña
que, invocando disponibilidades estatutarias, quiere
impedir que los bienes artísticos, y lo que es
más desconcertante de acuerdo con lo anteriormente
dicho, los bienes religiosos, salgan de la región
catalana. Es la razón de la existencia de otro
contencioso ante el Tribunal Constitucional.
En este contexto se ha ido desarrollando una sensibilidad
social en dos ámbitos y en dos tiempos diferentes.
Por una parte, y no necesariamente relacionado con el
asunto de la Franja, está cuestionada una propiedad
absoluta respecto a la titularidad de los bienes artísticos
e históricos, al ser considerados por la sociedad
"bienes de interés cultural", y consecuentemente
de interés colectivo o social. Eso implica que
el propietario, incluida la iglesia, no puede disponer
arbitrariamente de estos bienes y que la sociedad asume
su parte en el papel de tutelaje o protección.
No se anula la propiedad pero se matiza la posesión,
sin que ello implique desposesión, a no ser por
dejadez o desidia.
Esta nueva valoración generalizada es diferente
de esa otra apreciación que ha surgido en los
pueblos de donde originalmente salieron los bienes,
que de la tarde a la mañana han descubierto que
fueron suyos, y, ahora los reclaman desde una postura
idéntica a la de los padres biológicos
de un niño que un día perdieron o les
fue sustraído por no ofrecer la atención
que debían darle, y que en otro momento lo reclaman
aduciendo la auténtica paternidad. Esta conciencia
es la que se ha fraguando preferentemente en aquellos
pueblos que son los de la Franja de Aragón, y,
por proximidad se ha extendido a los pueblos cercanos,
que en algunos casos, reclaman lo que quizá se
ha salvado porque, a tiempo fue puesto a buen recaudo.
Lo cierto es que la reivindicación se ha circunscrito
preferentemente a los bienes artísticos relacionados
con el Museo Diocesano de Lérida, cuando el problema
es mucho más amplio al haber obras dispersas
por los mejores museos del mundo.
La realidad es que aquel conjunto se presenta como una
oportunidad para su recuperación, mientras que
la recuperación del resto de piezas emigradas
es de tal dificultad que prácticamente resulta
insuperable. Los argumentos que sugieren concentrar
fuerzas por razones tácticas para recuperar los
bienes depositados en Lérida, pueden estar, al
mismo tiempo, amortiguando la responsabilidad con respecto
al resto de los bienes artísticos dispersos en
otros puntos, en conjunto de muy superior valor y significación.
En definitiva: el patrimonio disperso es considerable,
y lamentablemente emigró casi siempre por indiferencia.
La compartimentación administrativa de España
forzó el replanteamiento diocesano, y las leyes
canónicas piden que estos replanteamientos se
hagan también a nivel de bienes. Esta administración
es asumida por el ordenamiento civil español.
Los obispos, de acuerdo con su funcionamiento interno,
tienen la obligación de llegar a un acuerdo en
este problema, así como la obligación
de salvar en el nuevo destino este patrimonio. Es opcional
reincorporarlo a los pueblos de origen, pero se lo tendrán
que plantear con detenimiento, sobre todo dadas las
causas que motivaron esta emigración. Esta última
decisión viene a su vez corroborada por el hecho
de que actualmente estos bienes hoy están revestidos
de una dimensión social, que relativiza el ámbito
de lo que fue lugar de origen, pidiendo garantías
de seguridad y conservación, que en la mayor
parte de las ocasiones no pueden ofrecer los pueblos
que poseyeron las piezas. Todo ello sin minusvalorar
la razón primigenia por la que fueron hechos,
la religiosa.
Así las cosas, es de recomendar sensatez y contención
a algunos pueblos, que se han constituido en tutores
de un patrimonio cuando lo cierto es que si se salvó
es porque fue puesto a mejor recaudo, y en cualquier
caso, si existe es porque la fe de sus antepasados lo
hizo posible con una finalidad religiosa. Mientras tanto
los mecanismos se han de incrementar para que no sólo
ningún otro bien se pierda, sino para custodiarlos
adecuadamente como en el mejor de los museos. Sólo
teniendo las cosas claras, las motivaciones pueden ser
sinceras. Entonces será cuando evitaremos hacer
de la reivindicación de los bienes de la Franja,
o de cualquier otra pieza, la ocasión para el
pillaje en que se puede convertir la oportunidad del
momento.
Antonio Naval
Mas.
Profesor de
Historia del Arte y Responsable de Patrimonio en el
Obispado de Huesca.