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La reforma casi integral
del primitivo templo mozárabe de la que a duras penas se salvó
la capilla de san Bartolomé pudo de dar al traste con un hipotético
claustro primitivo para adecuar espacios a las necesidades del modelo benedictino
de iglesia de triple nave edificada entre 1117 y 1158, según Federico
Balaguer. El actual claustro, según los datos del cartulario de este
monasterio, se ejecuta entre los años 1170 y 1198 siendo el monje
Deodato quien se hallaba al frente de la obra del monasterio.
La restauración llevada
a cabo hacia finales del siglo XIX bajo la dirección del arquitecto
Ricardo Magdalena fue (en palabras de Ricardo del Arco) "arbitraria
y descabellada". El escultor Mariano García Ocaña se
encargó de esculpir capiteles para llenar los huecos dejados por
los que se retiraron y llevaron al Museo Provincial por su deterioro. El problema que surge cuando
se intenta un estudio en profundidad de la escultura original del claustro
es que no se detallaron qué piezas fueron sustituidas y de dónde
proceden las que en el museo se conservan. Además, la observación
de las mismas evidencia repetición de motivos y un estilo que demuestra
el trabajo de un segundo escultor que sigue la estela del Maestro de san
Juan de la Peña, pero de menor capacidad artística.
A pesar de todo lo apuntado
(tomando como referente el trabajo de José Luis García Lloret
"La Escultura Románica del Maestro de San Juan de la Peña"
Editorial Fernando el Católico. 2005) los 21 capiteles originales que restan
en este claustro son un referente de primer orden dentro de la obra de este
singular maestro que en este claustro trabajó bajo la encomienda del obispo
Pedro Torroja (1153-1184) en una etapa de su obra que va desde 1165 hasta
1185 comenzando en San Felices de Uncastillo, San Gil de Luna, San Salvador
de Ejea, San Antón de Tauste y concluyéndola con los claustros de
San Pedro el Viejo, primero y San Juan de la Peña después.
Luego, ya bajo actuaciones
promovidas por el obispado de Pamplona (1185 - 1200) veremos su obra en
Luesia, Sangüesa, Agüero, El Frago, Almudevar y Biota.
Dicho lo cual, he de reconocer
que la visita al claustro de San Pedro el Viejo de Huesca, remanso de paz
en el corazón de una ciudad pequeña y provinciana, es una
experiencia gratificante en todos los sentidos. Allí, soñar
es fácil. Basta cerrar los ojos y dejarse llevar por la imaginación
para quizá poder escuchar el sonido de los cinceles del maestro labrando
su emblemática bailarina.
La estructura del claustro es sencilla.
Posee planta rectangular, adosada al muro sur del templo y galerías cubiertas
con techumbre de madera a un agua. El acceso al patio central se lleva a
cabo por un vano situado hacia la mitad de la crujía norte. La mayor
parte de los capiteles son dobles y apean en dobles fustes cilíndricos,
que en algunos de ellos son hexagonales.
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En la mitad de las alas
este y oeste, hay capiteles cuádruples sobre cuatro fustes. Y en
las situadas al norte y al sur los que las centran poseen cuatro dobles
capiteles agrupados en una sola escena.
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En los muros del claustro
hay algunos arcosolios de época románico y gótica, así
como algunas inscripciones funerarias.
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En el muro este, a continuación
de la capilla de san Bartolomé, se abren las capillas de san Benito
(Imagen 13 ) y de santa
Inés (Imagen 14 ).
En la primera yacen los restos del historiador oscense Padre Ramón
Pérez de Huesca, fallecido en 1813.
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Al interior de las cuatro
alas del claustro, el maestro diseñó un apostolario colocando
tres apóstoles por cada lado del mismo, uno en cada uno de los pilares
extremos y otro sobre el grupo central de capiteles de cada crujía.
De los que restan hoy solo es original el central de la crujía sur
, siendo los demás réplicas (Imágenes 16 a 18).
Su estilo y tamaño los pone en relación directa con lo que
no mucho tiempo después llevará a cabo en la zona alta de
la portada de Sangüesa.
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