Agüero es por derecho propio la capital de esa romántica idea limitada en el espacio y tiempo por Ubieto Arteta y definida como "Reino de los Mallos". Allí convergen historia escrita, historia percibida y románticas ensoñaciones de quienes con mayor o menos bagaje cultural nos acercamos respetuosos y con los sentidos prestos a recoger información. Lo es porque sus piedras hablan, sus caminos marcan direcciones, sus esculturas plantean dudas que no se si algún día resolveremos. Y sobre todo y por encima de todo, su espacio abierto y su entorno sin par son lugar adecuado para dejar volar la imaginación al mismo tiempo que se traban amistades.
Acercarse a Agüero es garantía de volver siempre con ideas nuevas y mil imágenes bailando en la cabeza. Te lo recomiendo.
Este lugar, junto con los de Murillo, Riglos, Marcuello, Ayerbe, Sangarrén y Callén además de una almunia próxima a Berbegal son los que la reina Berta recibiera de su esposo el rey Pedro I como dote matrimonial en 1097.
Los cinco primeros, agrupados en esta zona al abrigo de los mallos donde el río de montaña se sosiega, son el marco de su efímero reino. Desde Agüero lo gobernó, y allí -triste reina-viuda de su reino dentro del reino de su cuñado- cumplió plazos antes de poder abandonar definitivamente ambos territorios de una sola vez para perderse de nuevo en la bruma de la historia que tan poco generosa es en detalles acerca de de ella..
Al pie de los mallos de Agüero hubo castillo adosado a los situados más a nuestra izquierda. Quedan vestigios en forma de entalladuras en la roca donde asentar desaparecidos muros. Y habitáculos rupestres abiertos en la piedra. Castillo de Agüero, que se remonta al siglo X englobado en la estrategia de reconquista del rey Sancho III el Mayor de Navarra. Ese mismo gran rey concedió privilegio de ingenuidad a Galo Penero en 1033 por haber conquistado Agüero. Otro rey (Sancho Ramírez) nieto de aquél, donó el monasterio de San Salvador de Agüero a San Pedro de Siresa en 1082.
Y Ramón Berenguer IV, consorte de doña Petronila anuló esta donación en 1138 mediante acuerdo con laicos y clérigos liberándoles de tal dependencia por 3.000 sueldos.
(Quiero recordar que D. Buesa, fija las equivalencias siguientes en tiempo de Sancho Ramírez: Una oveja vale un sueldo, o medio cahiz de trigo. Una vaca, seis sueldos, un mulo cien sueldos y un caballo quinientos sueldos. Y que el sueldo era una moneda de cuenta -inexistente físicamente- equivalente a doce dineros)
Están documentados los nombres de quienes fueran sus tenentes desde la reconquista. Siguiendo a Aramendía, son: Jimeno Íñiguez (1033). Fortún Íñiguez (1036). Lope Garcés (1042-48). Ariol Íñiguez (1056-59). Sancho Ramírez (1062). Fortún Íñiguez (1066-85). Íñigo Fortuñones (1105). Castán de Biel (1110-37). Cornelge (1136) y Loferrench (1155-62).
Hubo pues castillo. Y también monasterio. Y lo que hoy hallamos en su núcleo habitado es iglesia con elementos románicos, tan modificada que cuesta imaginar su original aspecto. Hay a la vuelta de una angostura un fragmento de ábside. Un muro con canecillos semiocultos tras tela de gallinero al que se accede mediante elegante escalera de caracol sin eje central y con pasamanos volado. Y sobre todo una elegante portada, a todas luces recolocada, que ostenta tímpano que excede con mucho al tamaño habitual de lo visto en esta zona.
Allí se narra la parusia. Cristo en majestad orlado por los tetramorfos. La carita del que representa a Mateo es de la misma hechura y técnica que la del angelote que anuncia a los Reyes en el friso de la ermita de Santiago (Observación sagaz de Olañeta, un día que -afortunadamente- encerramos su cámara y casi a él en Santiago).
Y las medidas de esta portada encajan a la perfección con la que debió de haber tenido el inacabado proyecto de Santiago en su hastial de poniente (según detallados estudios técnicos del arquitecto Zabala)
Dos tallas románicas de la Virgen proceden de este lugar. Una, adornada con corona moderna se guarda en la penumbra de una "cripta" añadida al templo parroquial. La otra podemos admirarla en el Museo Provincial de Huesca, en la vitrina que precede al acceso a la zona donde se exponen obras medievales
Y si lo hasta ahora apuntado es digno de visitar y admirar, la ermita de Santiago, situada a unos mil metros al sureste en línea recta desde la parroquial es de obligada visita y contemplación.
Es un ambicioso proyecto inacabado que se dispuso fuese edificado en un lugar lleno de historia y leyenda, propiedad y sede de la reina de un atípico reino. Y que permaneció inconcluso y acabado más tarde por otras gentes, que a su vez quizá tampoco pudieron alcanzar su objetivo señalado. Dudas, vacilaciones, encargos.. Todo ello cargado de la belleza y el genio de los sucesivos maestros que le dieron forma atendiendo más a las circunstancias que a las motivaciones que lo desearon ver convertido en realidad monumental. Todos ellos dejaron sus señas en forma de marcas de cantero. Bellas, abundantes y que señalan sin lugar a dudas los distintos momentos edificativos del templo. Fue proyectado como templo monumental de tres naves paralelas acabadas en cabeceras absidales y compuestas por no menos de tres tramos de los que solo llegó a señalarse en planta el primero de ellos.
Situarse ante su cabecera triple y contemplarla, impresiona. Hay que hacerlo para darse cuenta de que este no era un proyecto más. Evidentemente no era una ermita. Sus dimensiones en ese tiempo solo eran comparables a las de la cabecera de la catedral de Jaca.
Las marcas de cantero, así como el estudio de las proporciones en planta de esta cabecera, remiten sin duda a modelos del mejor románico. Un primer equipo, recibe el encargo de su edificación. En él destaca el maestro que firma su obra en los sillares basas y arranques de columnas de los puntos más emblemáticos de la misma. Lo hace con la palabra "ANOLL". Junto a él, en la primera fase hay otros que lo hacen con símbolos: Un mango de puñal, un cuadrado con diagonales o una elaborada llave, entre otros. Todos ellos los hallamos en la cabecera hasta poco más arriba de las molduras decoradas en altura, y muy poco más allá de los presbiterios en planta.
Por el motivo que fuese, el comitente manda parar la obra. No hay certeza de la causa ni de cuánto tiempo duró el "parón" de ese primer proyecto..
Y tras un paréntesis del que como digo no sabemos causa ni duración, se encarga continuar la obra con otro proyecto que aprovechará lo ya hecho. Tampoco de este conocemos su motivación.
Lo cierto es que se encargó la obra a un maestro/taller que en ese momento es especialmente activo en la zona de las Cinco Villas y que tiene una peculiar forma de esculpir los capiteles y expresar en los modillones la idea del ciclo muerte-resurrección.
Detalles identificativos, marcas de taller, que son líneas curvas realzando los relieves anatómicos, pequeñas muescas perpendiculares a los anteriores, ojos grandes y almendrados, como de insecto, bailarinas contorsionistas que danzan al ritmo de músicos, seres teriomorfos de filiación silense tamizados por su paso a través de Soria.. Es el Maestro de San Juan de la Peña/Agüero en todo su esplendor tardorrománico o protogótico.