Hasta la fecha, todos los autores consultados
en relación con el castillo de Loarre dan como cierto que el núcleo
primitivo del mismo, es decir, lo más antiguo de sus edificaciones,
se halla en la zona más elevada de la fortaleza. Núcleo descrito como un pentágono irregular con torres angulares
de hechura lombarda y con su modesta iglesia castrense. Desde los trabajos de Martínez Prades y Poza Yagüe, esa zona primitiva se atribuye a Ramiro I.. Las
únicas discrepancias parecían radicar en si la línea
de muralla suroeste era la considerada o no, amén de la hipotética
existencia de otra torre tras la pequeña iglesia del Castillo.
Desde Durán Gudiol hasta Martínez Prades así lo aceptan
los sucesivos autores que se han ocupado del castillo, en ocasiones de forma
explícita y en otras no poniéndolo en duda.
Recientemente
he tenido acceso a un magnífico trabajo de recopilación de
fortificaciones aragonesas llevado a cabo por Adolfo
Castán: "Torres y Castillos
del Alto Aragón" (Publicaciones y Ediciones del Alto Aragón, S.A. - 2004). En
el capítulo dedicado al castillo de Loarre plantea una cuestión
que de puro obvia ha pasado desapercibida, dando como buena los sucesivos
investigadores la opinión "oficial" de los precedentes.
Resulta
que en el ángulo nordeste de la fortificación hay una evidente
torre de la que arranca el lienzo de muralla que llega hasta el ábside
de la iglesia de San Pedro. Y cuando uno consulta textos "consagrados"
dicen que la torre no es tal, sino solo en apariencia, pues corresponde
al relieve de la cabecera de los pabellones norte ocupados por la comunidad
canónica agustiniana a la que Sancho Ramírez preparó
allí sus lugares de habitación. Punto y aparte.
Pero si tras
considerar la hipótesis formulada por A. Castán nos vamos
una vez más a nuestro querido castillo (cualquier excusa es buena)
y lo miramos con otros ojos, empezamos a darnos cuenta de que habíamos
pasado muchas veces ante esas piedras que gritaban alto su distinto origen,
sin ser escuchado su mensaje.
Y ese mensaje
es claro si se sabe escuchar. Mirando su silueta advertimos con claridad el perfil
de esa torre, de unos 5,30 metros de lado edificada con sillares de gran
tamaño toscamente trabajados, realizados en piedra caliza de color
diferente al del resto de la edificación y extraída casi con total
seguridad de las mismas rocas en que asienta. Su tono grisáceo los
delata de lejos, incluso antes de acercarnos a ver el detalle de su arquitectura.
Son unas
veintisiete hiladas contadas en el lienzo frontal, que se recrecieron con
otras veintidós de sillarejo asentado al mismo estilo de lo visto
en las torres del Homenaje o de la Reina. Y dos ventanales abocinados de
medio punto, injertados, fabricados con buenos sillares perfectamente ajustados y con
marcas de cantería, que corresponden a la fase de Sancho
Ramírez. También mechinales
que sustentaron cadalso en el lienzo este, recrecido, a nuestra derecha.
Los sillares toscos y grisáceos se hallan por debajo del recrecimiento
lombardo de esta torre, siendo por lógica de mayor antigüedad.
En fin,
tres etapas edificativas yuxtapuestas desde la más antigua del castillo
hasta la gran reforma de Sancho Ramírez, en forma de ventanales "cosidos"
a su estructura, pasando por el recrecido lombardo de su zona más
elevada. Por otra parte, cuando nos
vamos al interior de la torre la hallamos abierta hacia el recinto del
castillo al estilo de lo visto en Ruesta, entre otras. También encontramos
al interior de los pabellones norte en su base y continuando a derecha
e izquierda a la torre, la parte alta de la muralla primitiva edificada
con esos grandes y toscos sillares de piedra caliza. También ventanales
adintelados aspillerados de hechura tremendamente primitiva. Los vemos al
exterior, aspillerados al nivel de la ventana inferior de la torre en cuestión.
Y por si
todo esto fuese poco, también incide Castán en un detalle
poco frecuente y menos considerado que ya diera a conocer en prensa (Diario
del Alto Aragón. 10-Agosto-2001). Se trata de una serie de aspilleras
en la muralla de dirección muy oblicua, descendente de dentro a
afuera y de arriba a abajo. Se sitúan muy próximas
al suelo y no son aptas para lanzar flechas, por lo que su función se
estima que es la de verter a su través líquidos ardientes
o inflamables. Idénticas estructuras se hallan en la muralla de Abizanda,
cronológicamente datada hacia 1023. Aquí en Loarre las hallamos
en el primer tramo de la muralla, contiguo al lienzo este de la torre en
cuestión; pero también en tramos del sector sur de la muralla.
Las conclusiones
que se pueden extraer de estas observaciones son trascendentes, por cuanto
que esa torre y la muralla adyacente se erigen como la zona más antigua
del castillo, en contra de todo lo aceptado hasta ahora. Probablemente pudiera tratarse de parte de de la
primitiva fortificación de Sancho III el Mayor, que consistió
básicamente en defender con torre y muralla el sector elevado de
la plataforma rocosa natural, a la que se accedería por la zona que
hoy es ábside de San Pedro y lienzo contiguo.
Y también
amuralló el espacio ante esta fortaleza, dando origen a lo que hoy
se considera estructura del siglo XII-XIII. Los orificios para verter líquidos
inflamables lo atestiguan. Su hechura, idéntica a lo visto en Abizanda, permite
extrapolar semejante cronología.
Por otra parte
y puesto que cito a Abizanda, una reflexión funcional: hasta ahora
se daba por supuesto que la torre del homenaje era en origen torre albarrana,
exenta y extramuros del recinto primitivo. Pero con esta hipótesis
hay que variar su consideración y elevarla desde el principio de
su construcción a la categoría de donjón intramuros.
Residencia noble de sus señores (al igual que sucede en Abizanda).
Justificaría los "lujos" en forma de chimenea y retrete.
Se impone
y es necesaria una adecuada intervención arqueológica que
venga a poner luz en este y otros asuntos relativos a este emblemático
monumento, muy bien conocido en su estética y arte por todos pero
poco estudiado desde el punto de vista científico. Por poner un ejemplo:
sus muros guardan grandes fragmentos de maderos empleados en su edificación. Una datación con radiocarbono o mediante
edafología aportaría fechas absolutas para las estructuras
que los albergan.
Este texto corresponde al momento de creación de mi web, allá por el año 2002. Desde entonces algunas cosas han cambiado, entre otras la más importante es la atribución de la edificación del considerado castillo lombardo a un momento en el reinado de Ramiro I, hacia los años 1050 y 1060 (Marta Poza). Ya Martínez Prades señaló que no todas las edificaciones del castillo primitivo correspondían a Sancho III en Mayor, como se atribuían desde antiguo por los diversos autores, pero en la actualidad se acepta que son todas de un momento posterior en el tiempo, no quedado nada de la inicial mota fortificada del monarca pamplonés.
Es posible descargar el artículo que escribí para la Enciclopedia del Románico recogiendo estos y otros extremos acerca del mismo a la vista de las actuales hipótesis.