Aparte de lo ya mostrado,
referente a la vertiente artística e histórica del monasterio,
el protagonista universal de este lugar es el agua. Agua del río
Piedra que se derrama generosamente desde lo alto de las fallas geológicas
de este lugar dando origen a innumerables saltos de agua que modelan el
paisaje. A ello contribuye la naturaleza
calcárea del terreno. El agua lo va horadando formando grutas, sifones,
estalactitas, estalacmitas alrededor de las cuales la vegetación
y la fauna explotan de modo absoluto.
El recorrido turístico
a lo largo del parque es una delicia. No es duro, a pesar de que hay un montón
de escaleras que subir y bajar. Tiene su punto de "aventura" en
los tránsitos por cuevas y corredores desde los que uno siente el
agua. Bucólicos pontarrones
sobre pequeños lagos, caminos al lado del agua, ayudan a serenar
el espíritu. La omnipresente vegetación ofrece mil y un contraluces
tras los que a poco que se mire, surge la vida en todas sus formas.
A lo lejos, antes de comenzar
la bajada a la gruta iris, el monasterio a través de su torre mudéjar
señala dónde se halla.
Tomar una cerveza muy
fría bajo una sombra a mitad del recorrido dejando perderse la
vista entre el arbolado mientras los pinzones juguetean a tu alrededor, es
otro de los alicientes de este lugar.